Por Manuel Marín
¿Qué si me voy contigo a un rececho de macho montés? ¡Claro!
Esa fue mi respuesta a la llamada de mi amigo Manolo, que tenía contratado un representativo en el maestrazgo con el club.
Viajamos hasta Utrillas el miércoles por la tarde y sin darnos cuenta, estábamos en el hotel cenando con un buen Rioja y cómo no, charlando de caza y lances pasados. Tempranito nos fuimos a la cama, pues aunque ahora en invierno amanece más tarde, teníamos un día de rececho por delante.
A las 7 de la mañana siguiente desayunamos con intensidad en el mismo hotel, donde habíamos quedado con Carlos Sánchez, que fuera conocido como “Zapaterito” en su época taurina. Todo un honor ser guiados por una figura local del toreo. Tras quedar con Remigio, el encargado del coto, para hacer todos los papeles nos montamos en el coche.
La zona del coto, se caracterizaba por las típicas pendientes con rocas que tanto gustan a los machos, con retamas bajas. En general había poco arbolado, que se limitaba a algunas laderas de pinos jóvenes y alguna carrasca. Un terreno duro y agreste ese de Teruel, del que sale el fantástico cordero ternasco, pero que permitiría localizar a las monteses desde lejos, siempre que se movieran, claro. Todo el que ha cazado esa especie es conocedor de su buen camuflaje pese a la ausencia de monte alto.
Por allí es la especie reina, acompañada del corzo, algún jabalí y una perdiz bien brava. Vimos algunos ejemplares y los vuelos que daban, hacían imaginar días rompe piernas tras ellas para poder hacerte con suerte, con una pareja.
La extensión era grande, por lo que antes de ponernos a trepar decidimos ir haciendo asomadas en unos sitios querenciosos que conocía Carlos, pues el celo estaba terminando y los machos en esa época suelen aplastarse, como así vimos, asomada tras asomada. Hembras, machos jóvenes, pero ninguno de 8 años, que era lo que buscábamos. En una de las asomadas llegamos a un circo de piedras que rodeaba una zona de terrazas en la que solían comer las cabras, que desembocaba en un valle con siembras cortadas por un cuchillo en el centro. El paraje era espectacular, de una belleza mayúscula, pero lamentablemente no vimos res alguna.
Continuamos con las asomadas sin éxito y cuando habíamos decidido ponernos a “escalar” en una zona, pedimos volver al circo de piedras antes para volver a mirar. Creo que tanto Manuel como yo, habíamos pensado que aquel debía ser el lugar del lance.
Aparcamos y nos pusimos a caminar viendo el valle cortado por el cuchillo al fondo, con el sol ya algo más alto, pero una luz especial. Tras una caminata bajando por una ladera, a la izquierda se abría el circo de piedras y según nos asomamos, vimos un macho joven en lo alto de una piedra. Un poco más a la izquierda, había un macho con capa negra alzando el morro al aire de una hembra tumbada. Continuamos la marcha y por el lugar el que miraban Carlos y Manuel, me pareció que no habían visto los machos de la izquierda. Al estar yo el último de la fila, a ellos se lo había tapado un arbusto, así que me tocó adelantarme a cantárselo. Ya no se veía el circo, por lo que podíamos asomarnos por la ladera y salir justo frente a ellos.
¡Bingo! Ahí estaba, en lo alto de una piedra tomando los vientos de la hembra en celo aún junto a otras dos hembras. Rodeamos un chaparro para mejorarnos en una zona llana y ocultos en su sombra Manuel se sentó abriendo las patas Harris. Lo malo es que el macho estaba de frente, nos tocaba esperar y eso con los machos pueden ser muchas horas.
Afortunadamente no se hizo tanto de rogar y pasados unos cuarenta minutos nos dio la paletilla. Pum! Manuel no tardó ni un segundo en apretar el gatillo y el macho saltó con las patas traseras para ocultarse tras las rocas. Tras él, desaparecieron también las hembras.
Tocaba esperar y así lo hicimos. Frente a nosotros, a la derecha del risco en el que había desaparecido el macho teníamos todo el circo de piedras.
¡De repente un tropel¡ Una hembra, otra, una tercera… El trípode, que al ser tres también habíamos llevado estaba preparado. “Atento Manuel por si sale tras ellas el macho”.
No fue así, se había quedado y la hembras se paraban mirando hacia atrás; buen síntoma. En esto se me ocurre preguntarle a Carlos si se podían tirar también hembras, pues una de ellas parecía bastante vieja.
Aprovechando una de las esperas de las hembras, Manuel disparó a la primera, la vieja, que acusó el disparo para bajar las piedras del circo y refugiarse en unas chaparras.
Ahora tocaba cobrar los dos animales y el terreno no era fácil. Al haber pasado ya un tiempo desde el primer disparo, subimos primero a por el macho. Subimos al princípio, luego escalamos. Tras una media hora para conseguir llegar al lugar en el que habíamos visto desaparecer al macho, allí estaba. Se había quedado seco al bajar de la piedra. Abrazos, fotos, llamada a Pepe Juan que estaba malo en casa y a cobrar la hembra.
Igual que para cobrar el macho nos toco escalar, ahora nos tocaba bajar, pero por un barranco. Llegamos al lugar en el que pensábamos que estaba y nada. Era raro, pues no la habíamos visto salir de las carrascas.
Me fui al tiro y efectivamente, era más abajo. Volvimos a buscar en el sitio correcto hasta oír la voz de Manuel, “aquí esta”. ¡Era una hembra de 17 años!
La verdad es que el día que había comenzado difícil, mejoró en cuestión de segundos, y además en un paraje espectacular.
El viaje de vuelta tras comer con Carlos fue placentero, con ese sentir de un buen día de rececho, con el agradecimiento al club, por la osadía de hacer un proyecto tan centrado en la caza mayor de verdad, en la caza a rececho.